Torre de los Cáceres

Maciza, soberbia, rotunda protectora de una arco que ya no existe. La Torre de los Cáceres desafía al tiempo, al espacio y al propio ser humano que --ante su presencia-- se siente insignificante. Da escalofríos pensar cómo sería almenada puesto que ésta, como todas las torres de intramuros y extramuros, fue desmochada por orden dada por Isabel la Católica en 1476 y cuyo rigor alcanzaría a toda la Corona de Castilla. Todas las torres deberían perder sus merlones, cegar sus matacanes (los balcones que de ellas salen y que, desprovistos de suelo, eran elemento defensivo para protegerse del ataque y arrojar líquidos hirvientes) tapiar vanos troneras, aspilleras y saeteras (las aberturas destinadas al disparo de flechas y artillería) y ser rebajadas hasta igualar la altura del resto de construcciones. No fue cumplido en muchos de los casos este último extremo, medida pacificadora de la Católica que intentaba reducir a una nobleza levantisca, que había alcanzado cotas inimaginables de poder en el reinado de su medio hermano Enrique IV, con medidas en las que se hiciera patente su poder real.

Casi gemela de la Torre de Sande, algunos autores apuntan a que fue reconstruida sobre otra torre anterior, quizá romana. De aquí partía el Cardo, la arteria principal de la Norba romana y que se prolongaba hasta el arco más meridional, la Puerta de Mérida. Construida en mampostería y sillar, presenta un airoso matacán sobre ménsulas, un viejo blasón con las armas familiares (de gules, dos espadas de oro), una hermosa ventana de arco deprimido hacia la calle Tiendas, pequeños vanos de medio punto y una ventana geminada, formada por dos arcos gemelos de herradura apuntados sobre una columna parteluz, esto es un ajimez, término que procede del árabe assammis (lo expuesto al sol) y que hace referencia a los balcones cerrados por celosías desde donde las mujeres podían ver sin ser vistas.

La herencia islámica en costumbres y construcción es mucho mayor de lo que puede llegar a pensarse. No en vano, el trazado urbano de la ciudad antigua es muy similar al que hicieron los musulmanes sobre el plano romano o las de la ciudad monumental presenta soluciones y elementos constructivos o decorativos propios del Islam, por no hablar de las propias casas, volcadas al interior con un patio central que da luz a la construcción y corrales y jardines de recreo.

La torre es el único resto del palacio de los Cáceres, Señores de Espadero y más tarde de la Lagartera y de Higuera de Vargas. Las casas de los Cáceres se levantaron a finales del siglo XIII o inicios del XIV y ocuparían, aproximadamente, lo que hoy es el Archivo Histórico. Tras su desaparición, ese espacio fue ocupado por casas populares que se demolieron en el siglo XX, convirtiéndose en improvisado aparcamiento. Estuvo a punto de formar parte del Parador de Turismo, ya que una de las primeras opciones que se barajaron para su ubicación fue el Palacio de Moctezuma.

El linaje de los Cáceres es uno de los más antiguos de la ciudad, según la tradición (que no los documentos) participaron en la reconquista. Del primero que tenemos noticia es Gonzalo de Cáceres, que vivió a finales del siglo XIII. Su nieto, Alvar García de Cáceres fue Vasallo del Rey, y su bisnieto Gonzalo, fue embajador de Enrique IV en Navarra y negoció el frustrado matrimonio del Príncipe de Viana con la entonces Infanta Isabel, quien, por su cuenta, planeaba --en secreto-- sus bodas con Fernando de Aragón. Gonzalo de Cáceres Andrade fue un activo miembro en el resurgir de las banderías dentro del partido del Maestre Solís.

En 1465, y tras la llamada Farsa de Avila, es proclamado rey el Infante Don Alfonso, lo que abre un nuevo período de la Guerra Civil de Extremadura. En medio de aquel episodio, en 1467, el Clavero Alonso de Monroy atacó en Cáceres al bando de Solís, y el Señor de Espadero murió de un flechazo recibido, quizá, en esta misma torre.

Siglos más tarde el solar de los Cáceres se fue abandonando y arruinando, hasta no quedar más que el más altivo de sus elementos constructivos, la poderosa torre que un día defendió el lado septentrional de la muralla, la cual, por cierto, se derribó a instancias del I Marqués de Camarena la Real, en 1751, para que pudiera entrar en Cáceres el saludable aire del Norte. Otro despropósito más para nuestra historia. Intentando no pensar en ello, nos adentramos en la calle Tiendas, disfrutando del frescor que proporciona su estrechez, imaginando cómo sería la Villa con todas sus torres intactas, sin tejadillos, con sus merlones arrogantes: nuevas torres de Babel que desafiaron al cielo e hicieron que Cáceres rozara la eternidad.