Palacio de Carvajal

Sin prisa, continuamos el paseo Calle Tiendas adelante. Esta calle en su día se llamó de la Rúa y en ella estuvo la casa de Francisco de los Nidos, el padre de Mencía, la heroína de Chile. Miramos en alto a la izquierda y distinguimos la espléndida rejería del palacio de Carvajal, sin duda alguna una de las más espectaculares de todo Cáceres. Antes de llegar a la plaza de Santa María giramos brevemente a la izquierda y ante nosotros aparece la fachada de la casa y su elegante austeridad.

Las dovelas de la puerta no están almohadilladas, solamente un escudo, sin cuartelar, con las armas plenas de los Carvajales (en campo de oro, una banda de sable), timbrado con yelmo y cimera en forma de león, encuadrado él en un imponente alfiz, rematado con flores delicadamente cinceladas. De nuevo un elemento árabe aculturizado, de la alquibla a un palacio cristiano. Un balcón (no tan antiguo como pudiera parecer) esquinado remata el flanco superior izquierdo con sobrio señorío.

A nuestra derecha la torre cilíndrica, probablemente del siglo XII y procedente de la primera reconquista leonesa, cuya misión principal era vigilar el valle de la Rivera. Es muy probable que el martirio de los cuarenta Fratres de Cáceres se produjera aquí el 10 de marzo de 1174, y no en la Torre del Bujaco, como dice la tradición popular, ya que aquélla fue levantada --al tiempo que se rehacía toda la cerca-- después de la toma de la ciudad por Abú Hafs Omar. La torre posee en su planta baja una deliciosa capilla afrescada al estilo tocano, con gruteschi y representaciones de los misterios gozosos, además de las omnipresentes armas de Carvajal.

Nada más cruzar la portada, en el zaguán, no encontramos con una de las escasas representaciones de San Jorge que existen en la ciudad. Gótica ésta, de bulto redondo, policromada y alanceando un dragón de pie. Transmite serenidad y misterio, ideal aperitivo para entrar en esta casa, construida por Pedro de Carvajal, Alcaide de Segura, protagonista él también de las banderías, y su segunda mujer, María de Mayoralgo, en la última mitad del siglo XV. Su nieto Diego de Carvajal, junto con su mujer Beatriz Figueroa de la Cerda fundaron mayorazgo en 1521 y la capilla de San Miguel en Santa María en 1551. Después de un incendio en el siglo XIX poco quedó de la casa y recibió --a partir de ese momento-- el nombre de Casa Quemada. Por fortuna se salvó el patio gótico, tan sereno, tan equilibrado, con sus ovas de aire cuatrocentista. La escalera arranca del patio y es primorosa, solemne, majestuosa, resaltada --aun más si cabe-- por un hermoso tapiz flamenco.

Cruzando el patio, salimos al jardín, con su higuera centenaria, tan señorial ya como el palacio. Todo en el interior de esta casa transmite distinción, paz y equilibrio sin excesos, con natural sobriedad. El jardín no es excepción, evoca los tiempos clásicos, alternando ladrillo y sillar. Lo cierto es que se desea no salir nunca de aquí.

En la década de los sesenta del pasado siglo XX sus propietarios Alvaro Cavestany y Dolores Carvajal (de los Carvajales de la Calle Empedrada) le devolvieron su antiguo esplendor y lo convirtieron en un verdadero museo. Señalo que los Callejones de Don Alvaro (en la Cuesta de la Compañía) y de Doña Lola (en la calle Ancha) son el particular homenaje a estos defensores y amantes de Cáceres. Hoy es sede del Patronato de Turismo de la Diputación y alberga verdaderos tesoros. En la planta principal, magnífico mobiliario, tapices, porcelanas, objetos decorativos, cuadros o grabados propiedad del patronato, que se distribuyen con buen gusto y acierto por los diferentes espacios: despachos, sala de juntas, comedor, gabinete, dormitorio. Pero, junto a ello, este piso noble alberga también un tesoro oculto: fondos pictóricos procedentes del Prado y que llevan años en Cáceres, que ya quisieran para sí muchos museos. En breve, todo ello se abrirá al público.

La torre ha sido recientemente restaurada, con una bellísima escalera muy bien integrada que ha obligado a prescindir del original cuarto de baño que albergaba a la altura del piso principal. Asciendo y experimento una de las más bellas sensaciones de las que se puede disfrutar en Cáceres. Subido a la torre escudriño construcciones, contemplo los horizontes interminables, los llanos dorados, las sierras lejanas, siento las caricias de las alas de las cigüeñas e hipnotizado por la sinfonía de ejércitos de vencejos, aturdido ante tanta belleza, me dejo llevar --perdiendo la noción de la realidad-- borracho de tanto cielo extremeño.